domingo, 10 de agosto de 2014

¡¡¡FUEGO!!!

No, no se incendia la casa, ni son las luces del norte, en esta época del año, en esta parte del mundo, ubicada precisamente en mi casa. Nada de eso. Tan sólo me acordé de la primera vez que me cagué encima, y que lo vi como algo malo. Porque un bebé se caga encima todos los días y no se debe sentir culpable ni siente que está mal lo que le pasó. Se caga y ya. Pero yo debía de tener cuatro años y ya sabía leer. Estaba aprendiendo los signos de puntuación. ¿? son para preguntar. ¡! son para gritar, por ejemplo. Entonces, estaba leyendo el álbum de Batman. Y el pingüino decía ¡FUEGO!, y lo quise leer en voz alta. Exclamé como corresponde. Pero lo volví a leer. No decía ¡FUEGO!, sino ¡¡¡FUEGO!!!. Me acuerdo que eran tres signos de exclamación. Entonces tenía que leerlo como gritando, seguramente, más fuerte. Y eso hice. Mi esfuerzo por entonar bien fuerte hizo que me cuerpecito se torne y ocurra lo inesperado: me cagué la bombacha. Así fue solamente. Tan sólo la intensidad con la que debían de sonar esas palabras salió de mis entrañas, provocando la innecesaria consecuencia: palometear mi ropa interior.
Creo que fui corriendo al baño a verificar la tan temida sospecha. Supongo que no le conté a nadie y me cambié los paños menores. Y así termina esta anécdota. ¡CHIM-PUM!