Siempre me dio vergüenza hablar abiertamente de si me gusta Pepito o Pirulito. En la época de Titanic estaba super enamorada de Di Caprio, y comentar que me gusta Di Caprio y que digan "Ay, pero es horrible!!" me hacía poner colorada y entonces aclaraba "bueno, no sé si ME GUSTA-ME GUSTA, pero me parece lindo..." Cuando la realidad era que me iba a dormir soñando que al día siguiente me levantaba con un café con leche, medialunas y promesas de darme mi primer beso de amor (Tenía 12 años, esos eran sueños!!! Uno hoy en día pretende demasiado: que sea ordenado, que escuche, que sea lindo, educado, culto, que quiera a la familia, a los amigos, etc... yo a los 12 era feliz con unas medialunas de Piruchitas y besito de amor... bah... sigo siendo feliz con eso hoy.. sobre todo la parte de las medialunas... y más si están recién salidas del horno. Con jamón y queso mmmmm...). El tema es que si me cargaban con alguien me ponía incómoda, por más que sea ficción.
Todo este preámbulo extenso al pedo para comentar que el otro día vino un compañero de trabajo y, mientras cuidábamos a los niños del recreo, me comenta "mirá cómo el de computación se está chamuyando a la coordinadora. Terminan juntos, vas a ver". Me causó gracia porque ellos se dieron cuenta que hablábamos de ellos, nos miramos todos y nos reimos. Pero el otro día fue al revés. La coordinadora y el de computación nos miraron e hicieron claras señas de "mmmm... dejen de tirarse onda, locos!" y me volví a poner incómoda como cuando tenía 12. ¿Me dejará de pasar algún día? Tengo casi treinta, vale aclarar.
jueves, 17 de julio de 2014
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